lunes, 24 de enero de 2011

El sueño de ayer

A lo lejos observamos el estadio nacional con mis primos, se ve pequeño, se ve diminuto... un señor nos dice que es una estafa para los trabajadores que entusiasmados pagan por un buen puesto para ver un partido de la selección y cuando llegan, se encuentran con un asiento que apenas tiene lugar para ellos, quedan con los pies colgando y ven mal. Dice que todo está pensado para engañar.

Estamos en dictadura, una mezcla de Pinochet con Hitler tomó el mando del país y es extremadamente moralista, pretende que vivamos como las familias del opus dei... está dando un discurso a sus nuevas tropas, que se encuentran formadas frente a él en algo que se parece al gimnasio de mi antiguo colegio, en Gómez Carreño. Yo estoy sentada en la parte más alta de la gradería y veo como los estúpidos de mis compañeros que se unieron al ejército escuchan el discurso y hacen gestos extraños, adoptan posiciones raras con el cuerpo, posturas que la gente considera amariconadas... las hacen cada vez que Pinocho dice su nombre. El dictador se enoja, siente que no lo toman en serio y se pone rojo, grita, asusta y retoma la atención atemorizada de la gente. En eso, me miro y estoy vestida del mismo color que los milicos... tengo un traje verde paco que consiste en una chaqueta y una falda que me llega más abajo de las rodillas, en los pies llevo bototos negros y medias del mismo color que el uniforme entero. Mis ex compañeros llevan un uniforme del mismo color, pero a ellos les corresponden pantalones y chaqueta, bototos y una esvástica clásica en el brazo derecho. No entiendo nada, ni qué hago ahí ni qué pretenden esos idiotas. Miro todo con asco.

Pinocho se acercó a nosotros enojado porque me vió conversando con los hombres... dice que qué pretendo hablando con los hombres, que eso no corresponde, que tengo que estar en la casa con las mujeres, siendo una buena esposa, preparando la comida para los camaradas patriotas salvadores del mundo... Grita, se agita, se pone rojo, alza los brazos, aletea, babea, escupe al hablar... Al lado mío está la persona que más amo en el universo entero, yo lo siento así, no me desespero porque ella está conmigo. Está vestida igual que yo y me defiende de Pinocho, lo deja en ridículo, lo humilla, destruye sus argumentos de mierda con razones innegables, logra que todos se burlen de él. Pinocho se exalta más y vuelve a recurrir al terror para lograr la atención y el respeto de todos. Mis ex compañeros lo idolatran y no entiendo por qué.

Estamos en una especie de celda en lo más alto de la gradería con mi compañera de vida; somos cómplices y esperamos el momento exacto para escapar... la dictadura apenas comenzó hace unas semanas y todavía el inútil dictador no ha logrado controlarlo todo, la seguridad de sus centros de detención es fácil de burlar, pero aun así hay que tener cuidado porque a los que pillan no vuelve a aparecer nunca más. Allá abajo andan guardias con el mismo uniforme, del mismo color asqueroso que casi todo lo que se ve ahora en el país. Están inquietos, quieren irse pronto, sienten la cercanía de la hora de cambio de guardia.

Mi compañera me mira indicándome que es la hora, a partir de ahora todo es correr, correr lo más rápido que podamos, correr por la vida que nos espera.
Burlamos la reja de la celda, burlamos a los guardias, salimos por la puerta del gimnasio y apenas estamos afuera reconozco el lugar exacto donde estábamos; era mi casa. Estoy en el patio de mi casa, salgo por la puerta que une mi patio con el patio de la casa de al lado, esa puerta que usaba mucho cuando era chica para jugar con mis primos. Al cruzar esa puerta me encuentro con una línea de tren que con mi compañera seguimos... corremos por sobre ella haciendo sonar nuestros bototos en la tierra, en los durmientes, en lo que sea que pisamos. No nos importa nada más que correr. Siento la libertad en el pecho, lloro mientras corro de pura emoción. Todo depende de qué tan rápido corra... siento el cuerpo más activo que nunca, está excitado por el dulce aroma que la libertad exuda allá lejos, al final de la línea del tren. Veo todo como una película, una hermosa, con música y todo. Corremos sonriendo... nadie nos persigue, pero corremos vivas. Es el momento más hermoso de toda mi historia, no voy a olvidarlo jamás.

Al llegar al lugar donde los rieles terminaron, encontramos lo que fue una casa anteriormente. Parece que se hundió en el agua, algo pasó. Había un hombre en ese lugar, creo que era el mismo del estadio nacional... él nos dijo que de los ladrillos caídos tendríamos que construir nuestro nuevo hogar y eso es lo que hacemos: desenterramos los ladrillos rojizos y los vamos apilando. Aquí vamos a vivir.

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